Por Greity Gonzalez
Anoche fue un encuentro de risas inteligentes en el teatro Akuara. Como parte del I Festival de Teatro de Pequeño Formato de Miami, se exhibieron dos obras inscritas dentro del género de la comedia, y específicamente dentro de la tendencia del tema de la inmigración y el desarraigo: “Balance de la soledad”, dirigida por María Cecilia Oduber, con la actuación de Bárbara Mosquera; y “La vida en los Esclavos Unidos”, escrita y representada por Saulo García. En ambos monólogos hubo derroche de carcajadas y de talento.
La primera puesta en escena, simple por demás, en cuanto a su montaje, contó con el carismático desempeño de Bárbara Mosquera, una actriz que ha sabido ganarse el respeto de un público ansioso tantas veces de autenticidad y gracia. “Balance de la soledad” se trata de una obra que presumo sin grandes pretensiones, pero honesta y coherente, Aunque confieso que el título me había hecho pensar en un historia por completo diferente, quizás más feminista o más dramática. No sólo el título, también el comienzo. Y eso se lo he de señalar a la obra. Demasiado profundo su encabezado para un texto tan ligero. Se crea, por fuerza, un “desbalance” que afecta a la obra más de lo que pudiera parecer.
Para cerrar con broche de oro, y valga la frase hecha, tuve el privilegio, porque esa es la palabra a emplear, de disfrutar “La vida en los Esclavos Unidos”, de la que me atrapó su capacidad casi perfecta para reflejar, con un humor y una ironía sin límites, la vida del inmigrante en Estados Unidos, en un monólogo insuperable dentro de su género. Saulo nos deleita con su respeto, su inteligencia, y su pasión en la escena. Su interacción con el público es fluida, nunca forzada. El montaje, consistente en sombreros diversos colocados sobre perchas que el actor usa para asumir diversas personalidades, constituye un apoyo fundamental para esta historia que no por conocida, deja de sorprendernos, por cuanto García, quien hace gala de una actuación pulida y sin un solo fallo, nos mantiene con la atención constante sobre ella, hasta el punto de que no podemos dejar de reírnos y a la misma vez meditar, ni por un minuto.
Es una gran obra. Que no quepa la menor duda. Humana. Sin fisuras. Contradictoria pero sin contradicciones en su puesta. Para ser algo absoluta, creo que es de lo mejor que he tenido el honor de ver en el Festival. Pero para ser aún más radical, pienso que es uno de los mejores monólogos que he visto a lo largo de mis años de ser una apasionada espectadora teatral.
Después de esta afirmación, no hay, de mi parte, mucho más que decir. Sólo me queda felicitar a Saulo y desearle que a los éxitos obtenidos se le sumen muchos más. Y que para ello, nunca tenga que perder su acento.
Y eso, yo sé que es ya una certeza.